“Del amor al escándalo”: la amante secreta de Fernando Soler y cómo terminó convertida en millonaria
A finales de los años 50, cuando Fernando Soler ya era considerado un pilar del cine nacional, comenzó a circular un rumor que pocos querían creer.
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Decían que el actor, hombre de familia y figura respetada, mantenía una relación oculta con una mujer que no pertenecía al mundo del espectáculo, pero que tenía un encanto imposible de ignorar.
Su nombre —del que solo se ha confirmado el inicial, “E.”— aparecía en cartas y notas que el propio Soler enviaba en sus giras teatrales.
Eran mensajes breves, escritos con tinta azul, llenos de promesas y de una ternura que contrastaba con su imagen pública de hombre severo.
Lo que comenzó como una historia romántica terminó convirtiéndose en un vínculo lleno de poder, dependencia y silencios.
“Ella sabía exactamente quién era él, y él sabía perfectamente lo que ella quería”, dice uno de los biógrafos del actor.
En aquellos años, Fernando Soler era una figura con acceso a lo más alto: productores, empresarios, políticos.

Su palabra tenía peso, y su dinero circulaba con generosidad.
Cuando “E.” apareció en su vida, lo deslumbró no solo con su belleza, sino con su habilidad para moverse entre la alta sociedad.
En poco tiempo, comenzó a acompañarlo en sus viajes, en reuniones discretas, en cenas donde todos fingían no verla.
Pero mientras el amor crecía, también lo hacía su influencia.“E.
” comenzó a involucrarse en los negocios personales del actor, especialmente en la compra de propiedades y en la administración de sus cuentas.
Se ganó su confianza al punto de que él delegó en ella decisiones financieras que ni su propia familia conocía.
“Era su sombra y su reflejo”, dicen quienes los vieron juntos.
Pero esa cercanía tenía un precio: rumores, enemistades y tensiones familiares.
Los Soler eran una dinastía poderosa, y cualquier amenaza externa era vista como una traición.
Los hermanos del actor intentaron intervenir varias veces, advirtiéndole que aquella relación podía costarle no solo su reputación, sino su fortuna.
Sin embargo, Fernando parecía encantado por el hechizo.
“Ella me da paz”, escribió en una carta fechada en 1962.
Lo que no sabía era que esa “paz” pronto se convertiría en su mayor vulnerabilidad.
Con el paso del tiempo, “E.
” comenzó a aparecer como socia en algunas de las empresas del actor.
Pequeños porcentajes, nada escandaloso… hasta que, tras la enfermedad que llevó a Soler a su retiro, su nombre empezó a figurar como propietaria de varias propiedades adquiridas en los últimos años.
Cuando él murió, los abogados descubrieron un testamento inesperado: un porcentaje significativo de sus bienes pasaba a nombre de “una persona especial, cuya lealtad y compañía fueron invaluables”.
Nadie tuvo dudas sobre quién era.

La noticia cayó como una bomba.
La prensa de la época evitó publicar su nombre completo, pero las especulaciones se multiplicaron.
Algunos la acusaron de manipulación; otros, de simple astucia.
Lo cierto es que en cuestión de meses, la mujer que había vivido en el anonimato pasó a controlar una fortuna considerable.
Con ese dinero, compró propiedades en el extranjero, abrió negocios discretos y desapareció de la vida pública.
Décadas después, el mito sigue vivo.
Se dice que vive aún, retirada en una villa del sur de Francia, y que rara vez acepta hablar de aquella época.
Sin embargo, un periodista logró contactarla años atrás.
Su respuesta fue tan fría como reveladora: “Yo no lo destruí.
Solo acepté lo que él quiso darme.

” Esa frase, reproducida en múltiples medios, reavivó el debate sobre si fue víctima o estratega.
Algunos testimonios cercanos al actor sostienen que Fernando sabía perfectamente lo que hacía.
“Era un hombre consciente de su soledad”, dice un antiguo colaborador.
“Sabía que su fama se apagaba y que su familia estaba más interesada en su legado que en su felicidad.
Ella lo hizo sentir vivo otra vez, y él decidió recompensarla.
Pero también hay quienes aseguran que lo que comenzó como amor terminó siendo manipulación.
“Ella lo aisló.
Lo convenció de que todos estaban contra él.
Y cuando ya no podía defenderse, se quedó con todo.
” La verdad, como siempre, parece estar en medio de ambas versiones: una historia de afecto y poder, de pasión y cálculo.
Hoy, el nombre de aquella mujer sigue siendo un tabú en la historia del cine mexicano.
Su presencia, aunque invisible, forma parte de las sombras detrás de la leyenda de Fernando Soler.
Los documentos financieros confirman que heredó propiedades, cuentas y derechos de autor que la hicieron millonaria.
Pero también muestran algo más inquietante: que esa herencia fue firmada de su puño y letra, sin presiones legales aparentes.
Quizás por eso, cuando alguien la menciona, quienes conocieron a Soler guardan silencio.
Un silencio denso, incómodo, que dice más que cualquier palabra.
Porque en el fondo, todos saben que aquella relación fue mucho más que un romance: fue una transacción entre el poder y el deseo, entre la necesidad de ser amado y la ambición de no volver a ser pobre.
Y así, entre rumores, fortuna y olvido, la amante de Fernando Soler logró lo que pocas mujeres de su tiempo pudieron: sobrevivir al escándalo, dominar el relato y escribir su propio final.
Un final dorado, sí, pero construido sobre la historia de un amor que, como el cine que los unió, fue tan brillante como fugaz.