La tarde del sábado prometía ser una más en el plató de “Fiesta”, el programa de Emma García que combina corazón, escándalos y emociones a flor de piel. Las luces brillaban como siempre, los colaboradores repasaban sus papeles con la certeza de tenerlo todo bajo control… pero nadie estaba preparado para lo que iba a estallar en directo. Una presencia inesperada, una noticia judicial caliente y una hija en medio del fuego Rocío Flores.

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El reloj marcaba las 17:02 cuando Emma apareció en pantalla, como siempre sonriente, como siempre impecable. “Hoy tenemos programa intenso, familia…” dijo con tono travieso. Pero ni siquiera ella sabía que el plató que pisaba se iba a convertir, en pocas horas, en un auténtico campo de batalla emocional y legal.
Apenas comenzaban las secciones de sociedad, cuando uno de los redactores se acercó al oído de Emma. Le susurró algo que hizo que su rostro cambiara. “Esto no estaba en escaleta…” dijo nerviosa mientras pedía paso a publicidad. Lo que acababa de entrar era una bomba informativa: Antonio David Flores, ex Guardia Civil y padre de Rocío Floresacababa de activar una demanda que llevaba meses preparando contra dos colaboradoras del programa —y por extensión, contra la propia cadena— por difamación, acoso mediático y daño moral.
Cuando volvió la emisión, Emma ya no sonreía. El programa cambió de tono de forma abrupta. “Tenemos una información de última hora que afecta directamente a esta casa, a este plató… y a una persona muy querida por nosotros: Rocío Flores.”

En ese momento, como si el destino lo hubiera ensayado, las puertas del plató se abrieron. Y entró Rocío Flores, con el rostro serio, los ojos firmes y la seguridad de quien ya no tiene miedo de hablar.

El silencio en el estudio fue total.
Se sentó frente a Emma, sin maquillaje exagerado, con ropa sobria, casi como si supiera que lo que venía no era espectáculo, sino guerra.
—“Mi padre ya no puede más”, empezó diciendo. “Y yo tampoco”.

Emma, intentando mantener la objetividad, le preguntó directamente:<—“¿Tú sabías que esta demanda se iba a presentar hoy?”
Rocío asintió.
—“Sí. Lo supe esta mañana. Me lo dijo mi padre y me pidió que no viniera, que me mantuviera al margen. Pero no puedo quedarme callada más. Lo que están haciendo con él… lo que han hecho conmigo, no es periodismo. Es destrozo personal.”
Las cámaras enfocaban a los colaboradores. Algunos bajaban la mirada. Otros intentaban mantener la compostura. Sabían que durante meses habían comentado la vida de Rocío Carrasco, de Antonio David, de Rocío Flores, como quien comenta un partido de fútbol. Pero ahora, la historia golpeaba la puerta en forma de demanda judicial real.
Rocío Flores tomó aire y lanzó una frase que quemó las redes sociales al instante:—“No vengo a defender lo indefendible. Sé que mi familia ha cometido errores. Pero también sé que muchos aquí se han lucrado de nuestro dolor. Se han sentado en este sofá a destrozar a mi padre sin pruebas, solo por audiencia.”
Emma intentó mediar, pero el plató ya estaba dividido. Una de las colaboradoras, visiblemente molesta, respondió:
—“Rocío, aquí se ha opinado como en cualquier programa de televisión. Tú misma has estado en realities. ¿Por qué ahora nos demandas?”
La joven no se achicó:
—“Yo no demando a nadie. Es mi padre quien lo hace. Pero sí voy a decir algo: cuando yo tenía 15 años, nadie me preguntó si quería ser personaje público. Me convertí en titular por obligación. Y hoy, a los 28, he decidido que si tengo que hablar, lo haré para defenderme y defender lo que aún me queda de familia.”

Las palabras fueron como fuego. Las redes explotaron. El hashtag #RocíoFloresEnFiesta se convirtió en trending topic en minutos. Algunos la apoyaban; otros la acusaban de victimismo. Pero todos coincidían en algo: Emma García había perdido el control del plató.

En medio del caos, llegó un sobre. Literal. Un mensajero lo entregó en directo. Era la notificación oficial de la denuncia de Antonio David Flores, dirigida a dos tertulianas del programa, por “persecución mediática continuada”. El contenido se leyó en voz baja por parte de un abogado del canal. El ambiente se volvió denso, casi irrespirable.
Emma, con su experiencia, tomó el control de nuevo:“Rocío, ¿qué esperas lograr con todo esto? ¿Quieres limpiar la imagen de tu padre? ¿O quieres venganza?”
La respuesta fue inesperada:

“No quiero venganza. Quiero paz. Pero no hay paz cuando se inventan titulares. No hay paz cuando se cuestiona cada paso que doy. Y no hay paz cuando a mi padre se le ha juzgado más en platós que en los tribunales.”

Una pausa dramática. Un suspiro colectivo. El plató ya no era un programa de entretenimiento. Era una sala de verdad, un rincón de emociones crudas y sin maquillaje.
En la última parte del programa, Emma intentó reconducir hacia una nota más positiva. Pero no fue posible. Rocío Flores pidió cerrar con una frase que heló a muchos:

—“Quizás esta sea la última vez que piso un plató en mucho tiempo. Pero si me voy, que sea con la cabeza alta. No como víctima, sino como hija que decidió hablar cuando ya nadie más lo hacía.”
Las luces bajaron. Emma se despidió con una frase escueta:—“Gracias por la valentía. Y gracias por confiar en este espacio.”
Pero todos sabían que Fiesta” ya no volvería a ser lo mismo. La demanda estaba en juego. Las palabras habían sido lanzadas. Y Rocío Flores, en medio del huracán, acababa de incendiar el plató con una mezcla de dolor, verdad y dignidad.