🌎 El programa espacial y nuclear de México: la historia olvidada de un sueño que tocó las estrellas
Durante la Guerra Fría, mientras el mundo temía el poder atómico, México decidió mirar hacia el cielo. En silencio, el país construyó cohetes, diseñó satélites, y soñó con la energía nuclear. Esta es la historia real de una ambición científica que casi nadie recuerda, pero que cambió el destino tecnológico del país.

🚀 Cuando México quiso alcanzar el espacio
A finales de los años 50, en plena Guerra Fría, el planeta se dividía entre dos potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Las tensiones por la supremacía científica y militar eran intensas, y el cielo se convirtió en un nuevo campo de batalla.
En medio de ese panorama, México, un país sin tradición bélica ni carrera armamentista, sorprendió al mundo académico: un grupo de científicos y estudiantes de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí lanzó el primer cohete mexicano, el Potosí I, el 28 de diciembre de 1957, apenas tres meses después del histórico Sputnik 1.
El cohete, de apenas 1,7 metros, no llevaba tecnología avanzada ni carga útil, pero representó un salto simbólico: el inicio del sueño espacial mexicano. En los años siguientes, el entusiasmo creció. Ingenieros, militares y académicos comenzaron a imaginar un México con su propia infraestructura espacial.
🧠 Nace una generación de pioneros
La fiebre científica se extendió rápidamente. En 1959, el grupo liderado por el profesor Fernando Saldaña Galván desarrolló un nuevo prototipo, el Physical, que alcanzó los 2,5 kilómetros de altura.
En paralelo, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) creó un pequeño laboratorio para estudiar la física atmosférica y los usos civiles de la cohetería.
Entre 1960 y 1962, los cohetes S-71 y S-72 lograron alturas de hasta 25 kilómetros, permitiendo la recolección de datos sobre la presión, temperatura y densidad del aire. México se convertía así en uno de los pocos países latinoamericanos con tecnología de lanzamiento propio.
🛰️ La creación de la CONEE: la “NASA mexicana”
El entusiasmo llegó hasta el presidente Adolfo López Mateos, quien en 1962 fundó la Comisión Nacional del Espacio Exterior (CONEE), la primera institución dedicada a la investigación espacial en México.
La CONEE reunió a científicos, ingenieros y militares con el objetivo de desarrollar cohetes, satélites y sistemas de comunicación. Su sede se ubicó en la Ciudad de México, y durante más de una década, fue el corazón de la ciencia aeroespacial nacional.
Uno de sus miembros más destacados fue el ingeniero Emilio Gómez Montaño, creador de un sistema electrónico de estabilización para cohetes, tan avanzado que la NASA mostró interés en adquirirlo. Gómez Montaño fue considerado el “Wernher von Braun mexicano”, pero murió en el anonimato, víctima de la desmemoria nacional.
💥 Los años dorados: los cohetes Mitl y el fin del sueño
En los años 70, el proyecto alcanzó su clímax. La CONEE desarrolló los cohetes Mitl I y Mitl II, lanzados desde una base en Chamela, Jalisco.
El Mitl II, en 1975, alcanzó más de 100 kilómetros de altura —cruzando la línea de Kármán, el límite reconocido del espacio exterior—.
México se convirtió así en el tercer país latinoamericano en alcanzar el espacio con tecnología propia. Pero la gloria duró poco: en 1977, bajo el gobierno de José López Portillo, la CONEE fue disuelta por “falta de presupuesto y utilidad”.
Los documentos, prototipos y laboratorios quedaron abandonados. Algunos ingenieros migraron a Estados Unidos o trabajaron en proyectos privados. El sueño espacial mexicano parecía haber terminado.
🛰️ El renacer: satélites, astronautas y la era moderna
Pese al cierre de la CONEE, México no abandonó completamente la carrera espacial. En los 80, el país decidió entrar a una nueva etapa: la de los satélites de telecomunicaciones.
En 1985, fue lanzado desde el transbordador espacial Discovery el satélite Morelos I, con la participación del primer astronauta mexicano, Rodolfo Neri Vela. Fue un hito histórico: por primera vez, un ciudadano mexicano veía la Tierra desde el espacio.
Luego vendrían Morelos II, y en los años 90, los satélites Solidaridad I y II, que mejoraron la comunicación y televisión en todo el país.
Finalmente, en 2010, se creó la Agencia Espacial Mexicana (AEM), con sede en Querétaro, encargada de coordinar proyectos científicos, educativos y tecnológicos.
En 2015, México lanzó el Morelos 3, un satélite de nueva generación que garantizó la cobertura de telecomunicaciones incluso en zonas rurales.

☢️ México y su lado nuclear: ciencia en la sombra
Mientras México soñaba con las estrellas, otro proyecto se gestaba bajo tierra: el programa nuclear.
En la década de 1950, el país descubrió reservas de uranio en Chihuahua, Sonora, Durango, Oaxaca y Chiapas, lo que atrajo la atención internacional.
El gobierno fundó la Comisión Nacional de Energía Nuclear y firmó acuerdos con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para investigar usos pacíficos del átomo.
Sin embargo, en los años 70, surgieron rumores de que México estaba experimentando con el enriquecimiento de uranio, lo que generó sospechas sobre una posible carrera armamentista.
Algunos informes señalaban que existían planes teóricos para fabricar un dispositivo nuclear e incluso montarlo sobre un cohete Mitl. Pero nada de eso llegó a materializarse oficialmente.
🕊️ El Tratado de Tlatelolco: la paz como bandera
En 1967, México se convirtió en el primer país del mundo en impulsar una zona libre de armas nucleares, gracias al Tratado de Tlatelolco, promovido por el diplomático Alfonso García Robles, quien más tarde ganaría el Premio Nobel de la Paz.
“Queremos tornar imposible aún la más remota hipótesis de una carrera de armamentos nucleares en nuestra región”, declaró García Robles al presentar el tratado.
Con esta decisión, México renunció a cualquier intento de desarrollar armas atómicas, eligiendo invertir sus recursos en energía civil y educación científica.
⚡ Laguna Verde: energía del átomo para un país moderno
En 1972, México inició la construcción de la central nucleoeléctrica Laguna Verde, en Veracruz.
Su propósito: generar electricidad limpia y económica. La planta, equipada con dos reactores de diseño estadounidense, fue inaugurada en 1990 y 1995 respectivamente.
A pesar de las críticas y temores provocados por el desastre de Chernóbil (1986), Laguna Verde se mantiene activa, modernizada y bajo supervisión del OIEA.
Hoy, produce alrededor del 4% de la electricidad nacional y simboliza la apuesta mexicana por la energía nuclear con fines pacíficos.
💡 Ciencia sin guerra: el modelo mexicano
A diferencia de otros países, México eligió un camino singular: usar la ciencia para el desarrollo, no para la destrucción.
Mientras las superpotencias construían bombas, México fabricaba satélites y formaba ingenieros.
Mientras otros competían por dominar, México intentaba conectar a su población rural con la televisión educativa y la comunicación por radio.
Esa filosofía científica, profundamente humanista, ha definido gran parte del avance tecnológico nacional.
🧩 Los desafíos actuales
Pese a los logros, la historia no está exenta de sombras.
La Agencia Espacial Mexicana (AEM) ha sido criticada por su falta de presupuesto y dependencia tecnológica de otros países.
Varios expertos señalan que México carece de infraestructura para fabricar sus propios satélites o cohetes, y que muchos proyectos se limitan a convenios internacionales sin continuidad.
En el ámbito nuclear, persisten dudas sobre el manejo del uranio natural y la seguridad en el almacenamiento de residuos radioactivos.
Organizaciones civiles han pedido mayor transparencia sobre el destino de los materiales radioactivos y su monitoreo ambiental.
🔭 Un futuro que vuelve a mirar al cielo
En los últimos años, universidades mexicanas como la UNAM, el IPN y la UdeG han retomado la investigación espacial, participando en proyectos de nanosatélites, cohetes experimentales y observatorios astronómicos.
En 2023, estudiantes mexicanos lanzaron el nanosatélite AzTechSat-1, desarrollado en colaboración con la NASA, como parte de un nuevo renacimiento científico.
México, una vez más, mira al cielo con esperanza. Pero esta vez, lo hace con una lección aprendida: el conocimiento no se mide por la conquista, sino por su capacidad de mejorar la vida de las personas.
🌌 Epílogo: el país que soñó con el átomo y las estrellas
La historia del programa espacial y nuclear mexicano es la historia de un país que, sin recursos ni poderío militar, se atrevió a imaginar un futuro propio.
Aunque muchos de sus logros quedaron en el olvido, sus huellas siguen presentes: en los ingenieros, los satélites que orbitan la Tierra y las plantas que iluminan hogares.
México no conquistó el espacio ni dominó el átomo, pero demostró algo más poderoso:
que la ciencia, cuando se guía por la paz, puede llevar a un pueblo más lejos que cualquier misil.