De la risa al abandono: El momento en que Dayanita perdió todo y se refugió en su circo
Dayanita apareció esta semana en una entrevista televisiva que, lejos de hacer reír, rompió corazones.
Frente a las cámaras, con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas, la actriz confesó que su vida ha dado un giro tan brusco que ya no puede sostener ni siquiera un techo estable sobre su cabeza.
Lo que antes era un departamento modesto en Lima compartido con su familia, hoy ha sido reemplazado por un cuarto improvisado en el interior de su circo, actualmente instalado en Chepén, La Libertad.
La escena fue cruda.
“No tengo a dónde ir, no tengo a quién recurrir”, dijo mientras se secaba las lágrimas con la manga de su chaqueta.
Su confesión no fue una estrategia publicitaria, ni un intento de generar lástima.
Fue una súplica desgarradora de alguien que, tras alcanzar el éxito, ahora se encuentra sola en medio de la nada.
Dayanita explicó que tras su abrupta salida del programa de Jorge Benavides, las oportunidades laborales comenzaron a escasear.
“Después de eso, todo se vino abajo”, aseguró.
Los ingresos bajaron drásticamente, las cuentas comenzaron a acumularse y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró con la realidad más dura que puede enfrentar un artista: el olvido.
“No podía seguir pagando el alquiler.
Ya no había forma.
Me fui con lo poco que tenía”, relató.
Y ese “poco” fue suficiente solo para llegar hasta Chepén, donde su circo —más que un proyecto artístico— se ha convertido en su refugio, su único hogar.
En un rincón de la carpa, improvisó una cama con cartones, colchones reciclados y mantas donadas.
No hay lujos, ni siquiera comodidades básicas.
Pero según sus palabras, “al menos aquí nadie me juzga”.
Lo más impactante no fue solo la crudeza del testimonio, sino el contraste con la imagen que muchos todavía conservan de Dayanita: la mujer fuerte, divertida, imparable, que hacía reír incluso en los sketches más simples.
Hoy, esa misma mujer duerme en un rincón del escenario, después de haberlo dado todo.
“Extraño mi casa, extraño a mi mamá, pero ya no puedo darles lo que necesitan.
Yo misma necesito ayuda”, confesó entre sollozos.
La frase quedó flotando en el aire, helando a todos en el estudio.
Ningún conductor supo qué decir.
Las redes, por su parte, estallaron.
Muchos culparon a la industria del entretenimiento por desechar a sus artistas cuando ya no generan rating.
Otros apuntaron a su entorno más cercano, preguntándose dónde están ahora todos los que se reían a su lado.
Y no faltaron quienes cuestionaron su salida del canal donde se hizo conocida.
¿Fue ella quien decidió irse? ¿La echaron sin explicaciones? ¿Qué pasó realmente tras bambalinas? Hasta hoy, no hay una versión oficial, y Dayanita evita hablar del tema con detalle.
Solo repite, con dolor, que “todo cambió de la noche a la mañana”.
En medio de esta tormenta emocional, hay un detalle que eriza la piel: Dayanita aún sigue trabajando.
Cada noche se maquilla, se viste, y sale al escenario a hacer reír a los pocos que asisten a su circo.
Y lo hace con la misma entrega de siempre, como si su mundo no se estuviera cayendo a pedazos por dentro.
“La risa de los niños me da fuerzas, pero cuando el show termina…el silencio me mata”, dijo en un susurro que desgarró a miles de televidentes.
La pregunta inevitable es: ¿dónde están ahora sus colegas, sus productores, sus compañeros de set? ¿Dónde está el respaldo que cualquier figura pública debería tener cuando la fama se disipa? ¿Y cómo es posible que una de las caras más queridas del humor peruano termine durmiendo en el suelo de una carpa?
Dayanita no pidió limosna, ni campañas de apoyo.
Solo dijo su verdad.
Una verdad cruda, incómoda y real.
Una que, en medio de tanto show vacío, puso al país frente al espejo de su propia indiferencia.
Porque detrás de cada risa que regaló, había una historia.
Y hoy, esa historia pide ser escuchada.