Hace años, cuando las cámaras aún no lo veían todo y los ecos de las tertulias aún no habían sacado a la luz todos los secretos, existía un salón amplio en una casa que parecía impenetrable. Allí entraron risas, llantos, tensiones veladas… y en ese escenario apareció Rocío Flores, joven y rodeada de un linaje con focos y sombras: hija de Rocío Carrasco y de Antonio David Flores.

El escenario familiar

Rocío Flores creció en un universo donde la fama de su abuela, la gran artista, era casi leyenda. Y en medio de todo eso, su madre, Rocío Carrasco, comenzó su camino entre ruptura, denuncia, vulnerabilidad. Mientras tanto, su padrastro, Fidel Albiac, apareció como figura clave: compañero de su madre, presencia latente tras bastidores.

Para Rocío Flores, el mundo nunca fue sencillo: debía mirar a los padres, al padrastro, al pasado y al presente al mismo tiempo. Tenía testigos, ecos de lo que se hablaba por los pasillos. Y entonces, la figura de Fidel empezó a ganar protagonismo… para bien en algunos ojos, para mal en otros.

Las grietas que nadie veía.

En los pasillos de la familia, comenzaron a surgir murmullos. ¿Qué papel jugaba Fidel Albiac? ¿Cuál era su influencia? Para Rocío Flores, pronto quedó claro que ese rol no era neutral. En 2022, se conoció que Rocío Flores estalló en televisión contra Fidel: “Sí, me consta que Fidel llamó inmigrantes a mis tíos (Gloria Camila y José Fernando)” declaróLa palabra “inmigrantes”, dicha por quien parece aliado de su madre, marcó un antes y un después. Porque no era solo una frase al aire: era la constatación de una distancia, una línea que se había cruzado. Y para ella, para la hija, fue una señal de que quizá no era sólo la madre la que determinaba el rumbo, sino un “tercero” que intervenía, que opinaba, que juzgaba.

Maica Vasco entra en escena

En el mundo mediático, donde los secretos se filtran y revisten en versiones diversas, aparece la figura de Maica Vasco, abogada y creadora de contenidos, que ha comentado, analizado y filtrado numerosas informaciones sobre esta familia y sus conflictos. Por ejemplo, ha señalado que Rocío Carrasco habría decidido que Fidel no asistiese a un juicio contra su hija, precisamente porque su hija no lo tolera.

Y es aquí donde el entramado se complica: porque no solo se trata de madre e hija, sino del papel del padrastro, del silencio de unos, del testimonio de otros. Maica Vasco relata que en la casa de Rocío Carrasco las tensiones no sólo venían del pasado, sino del ambiente diario: silencios, imposiciones, decisiones que se tomaban sin todos los invitados.

Rocío Flores toma la palabra

Para Rocío Flores llegó el momento en que ya no podía callar. En su aparición pública, lo dejó claro: “Las mismas personas que llevamos calladas estos años sabemos lo que hemos vivido en esa casa… si algún día contase mis vivencias, arde España” – dijo.
Y añadió que no atacaba a su madre, porque la quiere, pero sí planteaba que había sido ignorada, relegada, minimizada por la tensión que se había generado alrededor de ella y del padrastro. Era el lenguaje de la hija que denuncia que, en nombre de la madre, alguien más estaba ejerciendo poder, control, juicio.

Fidel Albiac bajo la mirada

Desde el otro lado, Fidel Albiac aparece como figura que ha generado rechazo en la hija, y también como pilar para la madre. Su rol es complejo. Por un lado, ha declarado su amor y su compromiso con su esposa. Por otro lado, sus actitudes han sido cuestionadas: el mote despectivo hacia hermanos de Rocío Carrasco (“inmigrantes”), la sensación de que la casa ya no era sólo un hogar, sino un escenario de poder.

“La BODA HIPPIE del HIJO de Carlos Herrera y Mariló Montero: Alberto Herrera con Blanca Llandres”.

La noticia se deslizó casi sin estruendo, tan leve como el susurro del viento entre los pinos de la finca gaditana elegida para la ocasión. Pero detrás de esa calma inicial, latía una historia cargada de emoción, raíces familiares, juventud y nuevos comienzos. Hablemos de cómo fue ese día.

Un romance que creció entre amigos

Alberto Herrera, a sus 32 años, ya había heredado la pasión por la radio de su padre y la sensibilidad mediática de su madre. Era discreto con su vida privada, quizá por eso llamó tanto la atención cuando comenzaron a circular imágenes de él junto a Blanca Llandres, una psicóloga sevillana de 29 años con raíces bien establecidas en Andalucía.

La pareja, amigos desde hacía mucho tiempo, acabó convirtiendo aquello en algo más. La sutil transición de “somos amigos” a “somos algo más” se produjo bajo el radar, entre escapadas, visitas, confidencias. Blanca dijo en redes que viajaron a Roma y compartieron momentos íntimos que rompen la rutina.
Los padres lo sabían, la familia lo aceptó. Y mientras los periodistas escrutaban cada gesto, ellos se preparaban para un paso más grande.

La pedida y el anuncio con sorpresa

El 4 de octubre de 2025 fue el día en que Alberto y Blanca dieron un paso público: la pedida de mano. Celebrada en Sevilla, en un ambiente relajado, íntimo, rodeados de sus seres más cercanos, fue un preludio del gran evento.Y sorpresa añadida: Blanca estaba embarazada. Sí, esperaban su primer hijo, lo que añadía una capa extra de emoción al enlace. “El mayor regalo que nos ha hecho la vida”, escribió ella en redesFue entonces cuando muchos medios empezaron a especular con un estilo de boda poco convencional, más libre, más personal… de ahí quizá ese apelativo “hippie” que alguien tomó para describir el aire que se intuía: celebración al aire libre, naturalidad, alegría.

Elección de lugar, fecha y alma de la celebración

El escenario elegido fue la hermosa localidad gaditana de Sanlúcar de Barrameda. Allí, el 18 de octubre de 2025, a mediodía, se llevó a cabo la ceremonia en la Basílica Menor de Nuestra Señora de la Caridad.
El sol graznaba entre las vidrieras, los bancos estaban llenos de familiares, amigos, rostros conocidos de la radio, del mundo del espectáculo, del ámbito sevillano y madrileño. Había risas, aplausos, un aire de que algo sencillo iba a volverse inolvidable.

Vestidos, emotividad y detalles con alma

Blanca lució un vestido que combinaba tradición y frescura: diseño de Nicolás Montenegro junto con la participación de su cuñada, Rocío Crusset. Un cuerpo tipo corsé drapeado, 20 metros de bambula de seda, cola de seis metros… y un embarazo que ella decidió que se viera, que formara parte del relato.

Alberto, por su lado, optó por un traje clásico gris que contrastaba con el azul‑verde de su madre, Mariló Montero, quien fue madrina del enlace. Ella, radiante, con vestido largo, capa ligera, gargantilla de diamantes, entrada triunfal al lado de su hijo.
Y entre los detalles más simpáticos: un coche descapotable amarillo para la salida de los novios. Un guiño de color y diversión que marcó el tono de la fiesta.

Voces que se escuchan, emociones que afloran

El momento más conmovedor fue cuando Alberto vio entrar a Blanca y, con lágrimas, tomó sus manos en el altar. La sala contuvo el aliento. Muchos invitados guardaban silencio: sabían que aquello era mucho más que un “sí, quiero”. Era el comienzo de una nueva etapa para una pareja cuya vida ya había cambiado.

Carlos Herrera, el padre del novio, no ocultó su emoción. “Es la ceremonia más hermosa que he ido en mi vida”, aseguró. Y Mariló, su madre, lucía su papel de madrina como un acto de entrega y orgullo.

Fiesta, espíritu libre y sugerencia de “hippie”

El término “hippie” aquí no obedece a camisetas de flores o abundancia de guirnaldas (aunque pudo haber algunas), sino a una atmósfera de naturalidad, alegría sin rigidez, espacios abiertos, música relajada, convivencia entre amigos y familia, celebración sin pretensiones excesivas. En la finca seleccionada, jardines, brisa marina, risas al atardecer… dieron pie a una fiesta que dejó huella. Según lo publicado, los novios prefirieron un ambiente menos protocolario, más auténtico.

La luna de miel fue aplazada, pues él tenía compromisos laborales. Pero el inicio de la vida en común, el bebé en camino, la familia ampliándose, todo contribuía a una celebración plena de significado.

Las familias que se unen

La unión de Alberto y Blanca no fue solo de dos personas, sino de dos familias con historia. Por parte de él, los Herrera‑Montero. Por parte de ella, los Llandres/Parejo/Soto – conexiones sevillanas con la cultura, la música, la sociedad. Y fue bonito ver cómo ambas familias se encontraban, conversaban, se conocían más. En la pedida de mano, los padres de Alberto estuvieron presentes junto con Pepa Gea, la pareja de Carlos Herrera.

La celebración fue, en muchos sentidos, un momento de fusión familiar, de bienvenida a la nueva “consuegra”, cuñadas, primas, primos… y también a ese bebé que ya era parte del plan.

Reflexión: un nuevo marco, una nueva generación

En una época en que las bodas son cada vez más híbridas —entre lo tradicional y lo libre, entre lo íntimo y lo perfilado— esta boda de Alberto y Blanca simboliza un puente entre generaciones. El respeto por la ceremonia, por la iglesia, por la familia; junto con la elección de un aire más relajado, personal, en la que lo importante es el vínculo, no solo el espectáculo.Quizá ahí radica lo “hippie” del asunto: la voluntad de vivir el momento, de priorizar la experiencia sobre el protocolo, de que la boda sea también inicio de vida, no solo evento. Con un bebé en camino, la boda no era una meta, sino el comienzo de otro viaje.

Y así, en Sanlúcar de Barrameda, bajo una luz dorada que acariciaba el templo y los jardines, Alberto Herrera y Blanca Llandres se dieron el “sí, quiero”. Rodeados de quienes les quieren, con una nueva vida asomando, en un ambiente cargado de emoción, naturalidad y celebración.

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Para Rocío Flores, Fidel no era simplemente “el marido de mi madre”: era la pieza que estaba influyendo en la narrativa que ella vivía. Y cuando alguien joven siente que no tiene voz, que su figura no es reconocida, lo que hace es alzar la voz.

Hundir” en un sentido mediático

El título habla de que Rocío Flores “hund­e” a Fidel Albiac. No se trata necesariamente de una campaña coordinada, sino de un acto de visibilización: de decir que lo que se callaba ya no se calla. Las declaraciones de Flores, las filtraciones de Maica Vasco, las notas de la prensa… todo esto crea una corriente.

Según diversos análisis mediáticos, la tensión familiar entre madre e hija y la participación de un tercero —el padrastro— han sido un factor clave para que el foco se desplace. Irene lo llama “hundimiento” porque el que estaba en una posición de control (o al menos, de influencia) ve cómo esa influencia se quiebra: ya no es solo hablar con la madre, es tener que responder a la hija.

¿Qué está en juego?

Lo que está en juego no es solo una relación familiar: es la credibilidad, el legado, la imagen pública. Rocío Carrasco se convirtió en un personaje mediático con un relato fuerte (su documental, su denuncia de malos tratos). Fidel Albiac fue visto como su apoyo. Pero cuando la hija de la familia empieza a cuestionar ese apoyo, el sistema se tambalea.Y Maica Vasco lo pone aún más crudamente: “En esa casa de familia, de fama, de cámaras, también hubo víctimas… Y quien calla muchas veces detenta una parte del poder de la historia: la de ocultarla”. Esta frase resume lo que Rocío Flores denuncia: que su voz fue silenciada.

¿El final o un nuevo capítulo?

No es un final. Nunca lo es en estos relatos. La boda eclesiástica anunciada por la madre con el padrastro fue planteada, luego cancelada o aplazada. Las acusaciones cruzadas siguen. Los silencios se rompen. Y el espacio mediático sigue captando cada gesto.Para Rocío Flores, quizá es el momento de construir su identidad, no solo en relación con su madre y el padrastro, sino consigo misma. Para Fidel y Rocío Carrasco, es una prueba más de que la opinión pública ya no se restringe a lo que ellos decidan contar. Y para Maica Vasco, siempre alerta, es otra pieza más de un rompecabezas que no deja de moverse.