“El acta, el médico fantasma y una autopsia negada: la verdad prohibida sobre Jaime Chincha”
La madrugada en que Jaime Chincha dejó de respirar, no solo murió una figura pública; comenzó a gestarse un escándalo silencioso que hoy amenaza con estallar en la cara de instituciones enteras.
La noticia oficial fue escueta: fallecimiento repentino, sin señales de violencia, causa “natural”.
Pero las piezas del rompecabezas no encajaban desde el primer minuto.
Horas después del anuncio, la periodista Magaly Medina encendió la alarma nacional al cuestionar abiertamente las circunstancias que rodearon el deceso de Chincha.
Y lo hizo con argumentos que hielan la sangre: el acta de defunción fue firmada por un médico que jamás estuvo presente en la escena.
Ninguna evaluación clínica, ningún peritaje directo.
Solo una firma…que ahora se siente como un sello de complicidad.
La PNP, bajo presión de la opinión pública y fuentes internas que no podían callar más, decidió revelar lo que nadie se atrevía a decir: el protocolo no fue seguido.
La fiscalía, encargada de ordenar la autopsia obligatoria en toda muerte sospechosa o no presenciada por un profesional médico, simplemente se negó a autorizarla.
¿Por qué? Esa es la pregunta que ni ellos han querido responder.
Fuentes dentro de la policía aseguran que la fiscal de turno simplemente declaró que “no era necesario”, sin revisar el cuerpo, sin esperar el informe policial, y sin considerar los vacíos legales que eso generaba.
Una decisión rápida, casi apresurada, que contrasta con la gravedad del caso y el perfil del fallecido.
Pero la irregularidad más inquietante vino de parte de la propia familia.
Según informes extraoficiales, fue el entorno más cercano de Chincha el que presionó para evitar la autopsia.
Argumentaron “respeto a su privacidad” y “dolor emocional”, lo cual en cualquier otro caso podría ser comprensible.
Pero estamos hablando de un periodista que dedicó su vida a denunciar abusos, corrupción y encubrimientos.
¿No merece, al menos él, una muerte sin sombras?
Las sospechas crecen con cada nuevo dato.
Vecinos del edificio donde vivía Chincha aseguran que aquella noche escucharon ruidos extraños, y que la llegada de los servicios de emergencia fue tardía y confusa.
Incluso hay versiones que indican que el cuerpo fue movido antes de que llegaran los peritos, algo que violaría directamente los procedimientos legales.
La pregunta que flota en el ambiente es brutal, pero inevitable: ¿murió Jaime Chincha por causas naturales… o lo hicieron callar?
Nadie quiere decirlo en voz alta, pero la cadena de anomalías es demasiado larga como para seguir fingiendo normalidad.
La ausencia de autopsia no solo impide conocer la verdad médica, sino que elimina cualquier posibilidad de investigación penal en el futuro.
Se cerró el caso antes de abrirlo.
Se enterró la verdad antes de buscarla.
El Colegio Médico del Perú ya ha solicitado una revisión del proceso, mientras organizaciones de derechos humanos exigen transparencia.
La fiscalía, por su parte, guarda silencio absoluto.
Ni una declaración pública, ni una nota aclaratoria.
Nada.
Un muro de silencio que parece más construido para proteger que para esclarecer.
Mientras tanto, las redes sociales hierven.
Periodistas, ciudadanos y analistas se preguntan por qué se cerró tan rápido un caso que debía investigarse a fondo.
¿Hay intereses políticos involucrados? ¿Presiones internas? ¿O simplemente negligencia disfrazada de protocolo?
Lo cierto es que la figura de Jaime Chincha no era cualquiera.
Durante años denunció a poderosos, expuso redes oscuras, y se enfrentó sin miedo al sistema.
¿Tenía enemigos? Sin duda.
¿Podría su muerte tener otra lectura? Cada vez más voces creen que sí.
Este no es solo un caso aislado.
Es un espejo de lo que ocurre cuando el sistema decide mirar hacia otro lado.
Cuando la justicia no molesta, cuando la prensa no incomoda, y cuando las muertes se vuelven solo una estadística más.
Pero Jaime no era un número.
Era una voz.
Y esa voz, irónicamente, puede estar gritando más fuerte que nunca desde la tumba.
Porque si algo queda claro es que este caso no ha terminado.
Al contrario, apenas comienza.
La verdad está ahí afuera… y por más que la quieran silenciar, hay quienes no dejarán de buscarla.