El misterio detrás de la muerte de Paulina Tamayo: una mansión abandonada, voces en la noche y una herencia perdida
La casa abandonada donde murió Paulina Tamayo sigue siendo un misterio que muchos temen visitar.

En el silencio de sus paredes agrietadas aún se siente el eco de una voz que alguna vez llenó teatros enteros.
Paulina Tamayo, “La Voz del Ecuador”, vivió entre la gloria y la tragedia, entre los aplausos y la soledad que, según dicen sus allegados, terminó consumiéndola.
Su muerte, ocurrida en esa misma propiedad, marcó el fin de una era dorada para la música popular, pero también el inicio de una serie de preguntas sin respuesta sobre su fortuna, su herencia y los secretos que dejó atrás.
Todo comenzó cuando los vecinos del sector notaron algo extraño: la casa, que solía tener luces encendidas y un jardín cuidado, permanecía en penumbra desde hacía días.
Nadie entraba, nadie salía.

Fue uno de los jardineros quien, alarmado por el silencio absoluto, decidió llamar a las autoridades.
Lo que encontraron dentro paralizó a todos.
Paulina yacía en el suelo de la sala principal, rodeada de fotografías antiguas, partituras y un viejo piano desafinado que aún conservaba el perfume de los años en que su voz hacía vibrar al país entero.
No hubo señales de violencia, pero sí de abandono.
Era como si la artista hubiera elegido ese lugar para despedirse del mundo.
Las investigaciones posteriores revelaron que Tamayo llevaba tiempo luchando con problemas de salud y, sobre todo, con una profunda depresión.
Había perdido contacto con muchos de sus antiguos colegas y se había retirado del ojo público.
En los últimos meses, según sus familiares, hablaba constantemente del pasado, de sus viejos escenarios y de su esposo fallecido, a quien decía sentir “más cerca que nunca”.
Algunos aseguran que dejó cartas, otros que grabó mensajes de voz nunca publicados.
Lo cierto es que en esa casa quedaron encerrados los recuerdos de una vida intensa y contradictoria.
La propiedad, una mansión de estilo colonial ubicada en las afueras de Quito, hoy luce como un reflejo de su destino.
Las ventanas están cubiertas de polvo, las cortinas desgarradas por el viento y los muebles permanecen tal como los dejó.
Nadie ha tenido el valor de venderla ni de restaurarla.
Para algunos, la casa está maldita.
Los vecinos afirman haber escuchado, en más de una ocasión, melodías provenientes del interior durante la noche.
Canciones que solo Paulina solía interpretar.
“A veces parece que canta, como si no se hubiera ido”, dice una anciana del barrio con un temblor en la voz.
“La escucho cuando el viento pasa por los árboles”.
Pero más allá del misterio sobrenatural, lo que más ha generado controversia es el tema de su patrimonio.
Durante décadas, Paulina fue una de las artistas mejor pagadas de Ecuador.
Sus giras internacionales, sus discos de oro y sus contratos con televisiones le generaron una fortuna que, según registros de 2015, superaba el millón de dólares.
Sin embargo, al momento de su muerte, los informes financieros mostraban algo completamente distinto: cuentas vacías, propiedades embargadas y una serie de litigios con antiguos representantes.
Nadie entiende cómo una mujer que lo tuvo todo pudo terminar así, sola y rodeada de ruinas.
Algunos de sus allegados aseguran que parte de su dinero fue mal administrado por personas cercanas que se aprovecharon de su vulnerabilidad emocional.
Otros creen que ella misma, cansada de los pleitos y decepciones, decidió desprenderse de todo antes de morir.
“Paulina siempre dijo que la fama no llenaba el alma”, comentó una amiga cercana en una entrevista reciente.
“Al final solo quería paz, no riquezas”.
Pero hay quienes no creen esa versión.
Un antiguo productor, bajo anonimato, afirmó que antes de su muerte Tamayo había escondido documentos y objetos de gran valor sentimental en algún lugar de la casa, posiblemente dentro de un piano o detrás de un retrato familiar.
Desde entonces, varios curiosos y supuestos investigadores han intentado entrar a la propiedad buscando esos tesoros ocultos.
La herencia, además, generó conflictos entre familiares.
Su hija, quien vivía en el extranjero, regresó a Ecuador tras conocer la noticia, enfrentándose a un largo proceso legal para esclarecer los bienes de su madre.
En medio de ese caos, surgieron rumores sobre un testamento extraviado, joyas desaparecidas y grabaciones inéditas que algunos aseguran fueron vendidas en el mercado negro.
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Nada de eso ha podido ser confirmado, pero las historias crecen cada día, alimentando el mito de la diva que murió entre sombras y secretos.
Hoy, la casa permanece cerrada, custodiada por un muro cubierto de enredaderas.
A veces, periodistas y fanáticos se acercan para dejar flores o velas, como si aún esperaran escuchar una última nota de aquella voz que marcó generaciones.
Los medios han intentado reconstruir sus últimos días, entrevistando vecinos, amigos, familiares.
Todos coinciden en algo: Paulina no temía a la muerte, pero sí al olvido.
Tal vez por eso eligió morir allí, donde cada rincón guarda una historia, donde el eco de su canto todavía vibra entre los muros.
Su legado musical sigue vivo, pero la polémica alrededor de su fortuna continúa.
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Algunos informes estiman que su patrimonio neto final fue de apenas 80.
000 dólares, una cifra impensable para una artista de su trayectoria.
Otros sostienen que hay cuentas en el extranjero y derechos de autor aún no cobrados que podrían duplicar esa cantidad.
La verdad, como casi todo en su vida, sigue envuelta en misterio.
Lo cierto es que la imagen de Paulina Tamayo, con su elegancia y su voz inconfundible, sigue siendo un símbolo del arte latinoamericano.
Su historia es la de una mujer que brilló intensamente y que pagó el precio de esa luz.
La casa donde murió no es solo una ruina; es un santuario de recuerdos, un monumento al talento y al sufrimiento.
Quienes la conocieron aseguran que, si se escucha con atención, entre los silencios del viento aún puede oírse su canto, triste y eterno, como un último adiós que se niega a desvanecerse.